Como ilustradora, el miedo al error ha sido una de las barreras más difíciles de superar. Hay algo en la idea de cometer un error que me provoca inseguridad, especialmente cuando trabajo en proyectos personales que significan mucho para mí. Me encuentro preocupándome por cada trazo, cada color y cada detalle, buscando la perfección que rara vez llega. Este temor a equivocarme puede ser paralizante, porque cuando pienso demasiado en evitar errores, termino perdiendo la espontaneidad y la libertad que hacen que el proceso de ilustrar sea tan especial.
Con el tiempo, he aprendido que los errores no siempre son algo malo. A veces, un trazo que salió "mal" se convierte en la chispa que me lleva a probar algo nuevo, a salir de mi zona de confort y descubrir técnicas diferentes. De hecho, muchos de mis mejores trabajos surgieron de accidentes o decisiones impulsivas que, en el momento, parecían equivocadas. Poco a poco, he empezado a ver el error no como un fracaso, sino como una parte inevitable (y necesaria) del proceso creativo.
Lo más difícil es soltar el control. Cuando dibujo, tengo una idea clara de lo que quiero lograr, y desviarme de esa visión puede sentirse como perder el rumbo. Sin embargo, estoy aprendiendo que la creatividad no se trata de seguir un plan rígido, sino de adaptarse y encontrar belleza en lo inesperado. Al aceptar que no todo va a salir perfecto, me doy permiso para explorar, para arriesgarme y, sobre todo, para disfrutar más el proceso sin la presión constante de hacerlo todo bien.
Al final, el miedo al error es algo que todavía enfrento, pero estoy decidida a no dejar que me limite. Como ilustradora, mi objetivo es seguir creciendo y aprendiendo, y sé que parte de ese crecimiento implica cometer errores, corregirlos y aprender de ellos. Cada vez que tomo el lápiz, me recuerdo a mí misma que está bien si algo no sale como lo planeé. Es en esos momentos de imperfección donde a veces surgen las ideas más originales y las conexiones más sinceras con mi arte.